Domingo Deprimente

26 jul 2015


Sólo quienes entiendan lo que es un domingo deprimente, podrán de veras comprender lo que se siente cuando a las 6 de la tarde abrís los ojos y ya es de noche. La contractura en el cuello por dormir en mala posición te está mareando. De alguna manera, juntás suficiente voluntad como para sacar tu culo flaco del surco que hiciste en el colchón. Buscás el blister de perifar que tenés en la cartera y vas hasta la cocina. Mirás el bidón de agua que está en el piso, lo levantás y apoyás sobre la mesada. Servís un vaso hasta un poco más arriba de la mitad. Hacés presión en la burbuja de plástico que envuelve la pastilla y la empujás, hasta que rompe el aluminio que la aprisiona. Te la metés en la boca y la mandás garganta abajo con el agua.

Arrastrás los piés hasta el comedor, pero te da frío y tenés que volver de nuevo al cuarto a buscar la estufa. La empujás, apoyándote en ella como si fuera un andador. Abrís la válvula, presionás la llave que da paso al gas y apretás el botón de la chispa. Es como un encendedor gigante, pensás, mientras apretás el botón tres, cuatro, cinco veces, hasta que por fin enciende. Te sentás en el sofá, agotada por el esfuerzo casi sobre-humano que te costó tanto ir y venir. Te quedás mirando el techo segundos; minutos quizás. Cazás la viola y empezás a rasgar despacio, porque da trabajo y no tenés mucho ánimo, pero te obligás de todas maneras, para hacer algo y no sentir que la vida se te va observando la nada.

Después de un rato tocando, te da hambre. Mirás el reloj y son las nueve y media. En un ratito cierran los supermercados, pensás, mientras evaluás si ir hasta allá o engañar el hambre con galletitas. Pensás que no tenés nada para desayunar mañana. Te preguntás si mañana tomarías té y comerías esas galletitas. Sabés que no tenés ganas de comerlas, pero tampoco de hacer mandados. Moverte del sillón, aunque sea para ir al baño, resulta una tarea complejísima; ni que hablar salir a comprar comestibles.

Respirás hondo con las manos apoyadas en el abdomen y las piernas estiradas. Te visualizás yendo a comprar cosas al almacén. Te da paja tener que pedir las cosas por la ventanita y no poder elegirlas. Decidís ir al super. Re-evaluás si realmente estás dispuesta a ir hasta allá. Tratás de imaginarte yendo hasta ahí, eligiendo las cosas, preparando la comida más tarde... entonces te levantás porque la vejiga te explota y vas al baño. Ya que estás cerca del cuarto, te abrigás para salir. Te ponés el canguro que te regalaron anoche, porque estrenar cosas siempre te da un poco de emoción. Agarrás los auriculares, ponés un disco de Danzig y salís.

Ya en camino, te sentís genial, llena de energía al caminar. Te da alegría haber podido salir de tu casa, del cuarto; haber tocado la guitarra; haber dibujado. Para completar, cuando volvés te ponés a cocinar. El silencio de la casa te da paz, te sentís bien contigo mismo; valió la pena todo ese esfuerzo; la comida quedó rica; no te dejaste ganar esta vez...

1 opiniones, saludos, etc :

Kwihan dijo...

Hay que saber apreciar las pequeñas victorias, je.